lunes, 13 de agosto de 2012

Anti-historias

Su cuerpo flotaba entre el humo que desprendía su dejadez consumida y que rellenaba el ambiente con aquel halo de autodestrucción y más pena que gloria que tanto le gustaba. Desde hacía tiempo los momentos le estaban fumando a él. Él se fumaba al tiempo, pasaba delante de sus ojos, e, impertérrito, continuaba su paso. El puto paso del tiempo. El jodido y estúpido paso del tiempo que tanto le comía la cabeza. El carpe diem no le satisfacía como filosofía de vida. Se había hartado del constante Tempus Fugit y sus últimas armas eran la autocompasión. Se enrrollaba con rocks en los bares, escuchaba Rubén Pozo mientras olía un Gin-Tonic cuyo destino era abrasarle la guitarra. El puto tiempo. Nada permanece, nada queda, el tiempo sigue pasando, mientras escribía estas líneas, mientras pensaba en Ray Ban y rubias platino. Y aún así, me quedaré corto, porque antes de terminar estas líneas cambiaré de café, de hotel y de sombrero.
Disparé corazones entre clubes de noche y conciertos del tres al cuarto. Amores efímeros, veranos eternos, agostos abrasadores, líos de sábado noche.

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